El Juego de Ender de Orson Scott Card

Por qué no es un juego de niños



Desde su primera edición, publicada en 1985, El juego de Ender de Orson Scott Card, se ha convertido en un clásico de la ciencia ficción contemporánea y aún sigue vendiendo alrededor de doscientas mil copias por año tan solo en Estados Unidos.

En medio de altas expectativas generadas entre los fans del escritor nacido en Richland, Washington, en 1951, hoy llega a las pantallas chilenas El juego de Ender, la esperada adaptación cinematográfica de la novela, con las actuaciones de Asa Butterfield (el inolvidable Hugo Cabret en la cinta de Martin Scorsese) como Ender Wiggin y el no-necesito-presentación Harrison Ford como el coronel Graff, ambos personajes protagonistas de la historia.

Este evento fílmico se convirtió, a la vez, en una inmejorable oportunidad para que Ediciones B relanzara la novela y la editorial no la ha desaprovechado, ya que la obra podrá encontrarse en las librerías esta misma semana.

El juego de Ender no solo ha ganado seguidores y devotos desde su primera publicación hace 25 años, sino que casi como regla general las personas que tuvieron la oportunidad de leerla en su juventud quedaron especialmente enamorados de la historia.

La trama, que se desarrolla en un futuro en el que niños -que no piensan como si lo fueran- son alistados para luchar contra una especie extraterrestre llamada insectores, se centra en Andrew Wiggin, un chico que no conecta con su entorno y por tanto es rechazado.

Al cumplir los seis años de edad, Andrew es reclutado por la Flota Internacional y se convierte en un líder y estratega militar después de ser sometido a un brutal y manipulador régimen de entrenamiento.

Miles de años atrás, en lo que sería nuestra realidad, una niña de cuatro años se sienta a leer sobre un árbol enterrado en el patio trasero del jardín infantil. Lleva en su cabeza una corona de lentejuelas y en vez del uniforme habitual de los chicos de preescolar, viste un traje amarillo de dama victoriana, y bajo el brazo un perro beagle de peluche.

Mientras lee sus cuentos favoritos, un grupo de niños mayores que ella se reúne en la base del árbol y la invitan a jugar a la pinta. Ella se sorprende ya que es la primera vez que la integran en un juego grupal. Baja del árbol entusiasmada y con ilusión de convivir, pero sólo será para sufrir lo que ella no esperaba.

La niña es golpeada, y recibe un maltrato que la deja en un estado de humillación. Todo ello por haber tenido la perseverancia para aprender a leer (y disfrutar la lectura) antes que sus compañeros.

De esta historia de bullying se desprende el mismo patrón que habría de vivir Ender en su infancia: el niño con capacidades superiores, cuyas virtudes no son reconocidas por sus pares; los adultos que no protegen, se hacen los sordos y ciegos; los matones que consiguen llegar lejos solo con su entrenada forma de intimidación. Una desgarradora historia de abuso que es transversal en épocas y realidades.

Ícono de vulnerabilidad 

El escritor John Gardner ha calificado las novelas de Orson Scott Card como “ficción de la moral” y cita El juego de Ender y sus secuelas como ejemplos irrefutables.

El juego de Ender fue escrito originalmente como un cuento de ciencia ficción y fue publicado en la revista Analog Science Fiction and Fact el año 1977; 17 años después recibió el Premio Ignotus. La historia quedó en segundo lugar para el Hugo en 1978, y ese mismo año su autor recibió el premio Campbell como mejor nuevo escritor.

La versión como novela, ya trabajada en su extensión y estructura, fue publicada en 1985, y recibió los premios Nébula y Hugo. La voz de los muertos logró la misma hazaña en 1986 y, hasta la fecha, Orson Scott es el único escritor en ganar en años consecutivos ese par de galardones a la mejor novela.

El juego de Ender puede entenderse como la historia de “un niño, nuestro último icono de la vulnerabilidad, que es expuesto a mucho estrés. Y es cuando decidió renunciar a la empresa que ganó la victoria final; y luego se convirtió en una figura casi trágica, cuando se dio cuenta que su victoria lo dejó obsoleto, que su formación lo había dejado incapacitado para cualquier otro tipo de vida”, escribió el autor en Notas de El juego de Ender, que a pesar de sus preocupaciones de índole moral parece más interesado en provocar simpatía por Ender que en cuestionar su moralidad.

“Someter a un niño de seis años a una implacable tortura podría suponerse la manera más obvia de lograr que el lector sienta empatía con el personaje”, critica el autor norteamericano de ciencia ficción John Kessel en su artículo Creando a un genocida.




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