‘Maddaddam’: Lo que nos dejó el diluvio

 “La gente que vive en el caos es incapaz de aprender. No alcanzan a entender lo que están haciéndole al mar y al cielo, a las plantas y los animales. No alcanzan a entender que están matándolos y que acabarán por matarse a sí mismos. Y las personas son muchas, y cada una mata un poco a su manera, lo sepa o no. Y si se les dice que dejen de hacerlo, no escuchan. (…) Pero ¿y si les diera una segunda oportunidad?, se preguntó. No voy a dársela, se dijo, pues ya han tenido una segunda oportunidad. Ya han tenido varias segundas oportunidades, de hecho. El momento ha llegado”:

                                   

Crake, científico y autor intelectual de la extinción de la humanidad. 


Por PACM 


En los psicodélicos y lunáticos años ’60, cuando Margaret Atwood apenas superaba la mayoría de edad, escuchó con atención a un grupo de familiares —entre ellos biólogos y científicos— especular sobre el futuro de las especies. El centro de la discusión pasaba por considerar qué animales sobrevivirán la depredación del planeta por parte del hombre, cuáles se extinguirán sin remedio y, por supuesto, qué rol desempeñarán en la preservación la ciencia y las corporaciones, los gobiernos y su política.

Cuatro décadas más tarde, ya con la humanidad enchufada al siglo 21, la escritora canadiense —ahora junto a un puñado de amigos—, conversaba sobre los mismos temas. Pero esta vez, en una cabaña ubicada en el corazón de la selva australiana, mientras un ave al borde de la extinción se asomaba para confirmar, de alguna manera, que todas esas especulaciones nunca son sobre el futuro, sino sobre el presente.

Es en ese hoy, efímero y sin embargo inagotable, donde surgen las variables y condicionantes para elaborar una respuesta o todo un escenario sobre el mañana, lo mismo que ocurre en toda buena ciencia ficción.

De esas consideraciones, especulativas y, sin embargo, con claras perspectivas científicas, Margaret Atwood —la célebre autora de ‘El cuento de la Criada’ tomó las bases con las que edificó la trilogía distópica más perturbadora del año recién concluido: ‘Oryx y Crake’, ‘El año del diluvio’ y ‘Maddaddam’ (Salamandra, 2021).

Es la última entrega la que da título a la saga y en ella la narradora despliega su particular visión e ingenio para mostrar la forma en que la vapuleada humanidad intenta reconstruir —a regañadientes— su relación con la Tierra, que mal que mal es el único planeta que tiene para continuar con vida.

Con el enfoque de detalles y por tanto un ritmo más pausado, Atwood nos presenta un mundo inquietante y aterrador, que entre otras razones no nos resulta desconocido. Por el contrario: es complicado dejar de pensar que es nuestro entorno el que se entreteje en la trama. 

‘Maddaddam’ se centra en un grupo de sobrevivientes del diluvio seco, el Armagedón planificado en la anterior entrega de la trilogía por Crake, científico que a través de GozzaPluss —una píldora que prometía la eterna juventud y el éxtasis sexual prolongado—, extinguió gran parte de la humanidad. 

Los sobrevivientes que componen ‘Maddaddam’ emergen justo entre el caos y la destrucción que dejó aquella devastación provocada. La historia comienza en las coordenadas narrativas exactas donde terminan las novelas predecesoras: en el secuestro de Amanda por los paintbalistas —que la violan y torturan reiteradamente—; y en ese punto en el que los psicópatas caníbales se preparaban para comérsela, Toby y Ren la rescatan con la ayuda de un delirante Jimmy (Hombre de las Nieves).

La aparición inesperada de los crakers —una nueva raza de humanoides desarrollados por Crake y un grupo de científicos secuestrados desde la red por la corporación ReJuv para dar con la inmortalidad y rehacer el mundo— provoca una gran pelea. Y en la confusión de esa batalla, los paintbalistas —un grupo de hombres crueles y sádicos que disfrutan cazando a los humanos que aún quedan con vida— escapan, no sin la amenaza de volver para vengarse.

Frente a ese peligro, los pocos Jardineros de Dios que aún existen junto a Toby quien estuvo a punto de perder la cordura mientras se ocultaba en un Spa de InnovaTe; Ren que casi pierde a su mejor amiga, Amanda: los Crakers y un casi muerto Jimmy, se reúnen con los maddaddámidas en un campamento donde intentan recrear sus viejas costumbres de la comunidad ecológica.

Acá entran en acción, los otros protagonistas de esta obra. Los animales, un repertorio de criaturas extrañas, nacidas de la mezcla genética. Entre ellos, los Mohairs, criados para proporcionar implantes de cabello de distintos colores y texturas; y los Cerdones, chanchos gigantes y salvajes, hiperinteligentes debido a su tejido cerebral humano.

A lo largo de las tres novelas, el lector recibe información valiosa sobre los Cerdones; sin embargo, en ‘Maddaddam’ se revela un dato más que esencial, pues resulta que son capaces de comunicarse y de formar complejas sociedades, detalle que en la última entrega se tornará de suma importancia, mientras los humanos, frente a la amenaza de ser atacados por los paintbalistas, tratan de llevar una vida relativamente normal.


En este punto, Margaret Atwood describe el amor de Toby por Zab y sus celos enfermizos que envenenan la convivencia. “Déjalo ya, se dice. Así es como empiezan los malos rollos entre los náufragos, los exiliados, los perseguidos: celos, disensiones, socavamiento de la perspectiva grupal. Lo que sigue es la irrupción del enemigo, del asesino: la sombra que se cuela por la puerta que olvidamos cerrar porque lo peor de nosotros nos tenía medio atontados, porque nos pasábamos el día cultivando nuestros mezquinos resentimientos, discutiendo a gritos, haciendo trizas los platos”, piensa Toby en un ejercicio de autoconciencia.

Paralelamente, los afectos maternales de Toby comienzan a surgir, gracias al simpático niño craker, Barbanegra, a quien enseña a escribir cuando las circunstancias la obligan a tomar el lugar de Jimmy para contar historias a los crakers.

Muchos de sus cuentos se basan en las aventuras de Zab, quien, según aprendemos gradualmente, tiene vínculos con el científico Crake (Glenn), artífice del fin del mundo y padre de los crakers. De igual forma, el lector conoce detalles sobre su relación con la anciana curandera Pilar, cuando era científica en VitaMorfosis Central, lo mismo que de su vínculo fraternal con Adán Uno, su hermano. 

A través de un complejo telar narrativo en el que se distinguen historias contadas entre personajes, canciones y relatos memorizados, la también autora de ‘Los Testamentos’ hilvana múltiples hilos de la trama y muestra cómo los elementos aparentemente dispares de los libros anteriores están profundamente interrelacionados. En esa vertiente, Atwood subraya la importancia esencial del lenguaje para determinar quiénes somos y cómo vivimos en relación con el planeta.

Resulta evidente que ‘Maddaddan’ expone hasta qué punto nos hemos descuidado como civilización. Pero, como siempre, los toques de humor y sátira de la autora canadiense suavizan su visión del corrupto mundo prediluviano.

Por ejemplo, el sádico padre de Zab, un ministro de la Iglesia de los Santos Petróleos, arremete contra los enemigos del aceite santo de Dios, con lemas de odio que son tan reconocidos en los TL de Twitter, resultan muy graciosos. Dichos como: “¿Por qué lo llaman “ecología” cuando quieren decir “tontología?”; “El diablo quiere que te mueras de frío en la oscuridad”; “El calentamiento global es la patraña predilecta de los asesinos en serie”, son sin duda argumentos extrapolables a la vida real y que, empresarios y fanáticos con intereses económicos, usan para justificar la ganancia a través de la destrucción del ecosistema.

Es en ese punto que Margaret Atwood parecería destrozar la esperanza, esa fuerza interior humana tan ligada —crease o no— al instinto de supervivencia. No obstante, la escritora vuelve a parcharla en el trayecto, aparentando el caos, pero manteniendo el control con habilidad. Como los japoneses con la taza de cerámica rota y después reparada con el método Kintsugi, con el fin de crear la sensación de nueva vitalidad.

Todo ello, si bien en el mundo de esta novela es distinto, feo y bastante más desagradable, también es complejo y hermoso en la medida que asoman sus cicatrices doradas en las páginas.

Como lo vislumbraba en mis reseñas de las entregas previas de la trilogía que ahorase completa, esta saga de Atwood es una obra maestra que despierta múltiples sensaciones a la vez y por ello resulta emocionante, divertida, romántica y conmovedora. 

Y, sí, lo repito por si no quedara claro: horrible.

‘Maddaddam’, además de ser un cuento que deja una enseñanza y un brillante relato de ciencia ficción, es también una especie de metaficción respecto a las entregas anteriores. “Por un lado está la historia, por otro, lo que ocurrió realmente, y por último lo que acabó contándose; y luego está la parte que no cuentas, pero que también forma parte de la historia”, piensa Toby en ‘Trueque de Pieles’, capítulo que detalla cómo inició el mito de Zab y el oso.

‘Maddaddam’ fragua una maravillosa construcción artística, que restaura con cuidado las piezas y llena todos los vacíos de los dos libros anteriores, incluidos aquellos de los que no éramos conscientes, antes de convertirse en un tema profundo y apasionante, acaso totalmente impensado.

Es una prueba más de que Margaret Atwood es una narradora emocionante y magistral en el género que aborda. Porque recorre minuciosamente, y el lector bajo su guía, esos mundos distópicos sin ser vencida por el pesimismo. En rigor, esa esperanza la demuestra una y mil veces al crear un universo capaz de rehabilitarse al sol después de su diluvio.


Ficha Técnica:

Maddaddam

Margaret Atwood

Salamandra 2021 (Penguin Chile)

Páginas: 528



Entradas populares