EL FINAL DEL METAVERSO DE JULIO ROJAS
No les
había hablado sobre los atractivos literarios de ‘El final del metaverso’ del
escritor chileno Julio Rojas: libretista, director y factótum del exitoso
podcast de Spotify ‘Caso 63’.
‘El final
del metaverso’ es una aventura narrada por su protagonista: Alberto (Al) Minsky
—¡Ey! Capté la referencia, como diría Steve Rogers—, un programador experto en
reparar bugs y glitches del sistema que genera la ilusión del juego de
inmersión “Maya”, cuyo objetivo principal es eliminar los factores negativos
que llevaron a la destrucción de las instituciones que sostienen los Estados en
R, la realidad corpórea.
Julio Rojas
hace un recorrido literario por los grandes sufrimientos del ser humano: el
nacimiento, la vejez, la muerte, el dolor. Todas presentes no sólo desde la
percepción budista, sino a partir de la historia y las narrativas que cimentan
las bases de la sociedad que conocemos y que, en la novela, se presentan como
las cuatro sombras: el cuerpo, la asimetría del poder, la ideología excluyente
y el miedo.
El autor
también nos muestra, a través de acciones y conversaciones, la decadencia de
nuestra raza que se aferra a la esperanza y al consuelo que les brindan esos
pequeños momentos de felicidad. ¿Les suena conocido? Un ejemplo se materializa cuando
Al se enamora de Sofía, una entidad virtual con inteligencia artificial: EVIAS,
como son denominadas por la corporación que maneja la simulación y que no tienen
consciencia de su origen. Es decir, no saben que sólo son códigos, cubits,
rutinas, algoritmos. Sin embargo, son capaces, en ciertas circunstancias, de
cuestionarse la realidad en que viven. No obstante, cuando ello ocurre, son
marcadas y eliminadas para mantener la veracidad de la ficción en Maya. Y en
este caso, mantener la ilusión de una relación sana y satisfactoria.
Aunque tal
como sucede en la vida real, la felicidad no es inherente al ser humano (muchos
filósofos han teorizado al respecto: el alemán Arthur Schopenhauer, por ejemplo),
pero el anhelo de alcanzarla también convive en el conglomerado de
contradicciones que nos forman. La humanidad ha organizado grandes cruzadas
para lograr ese bienestar y en ‘El final del metaverso’, esta premisa se
representa en Maya, un clon de la Tierra programado con el fin de eliminar los
tormentos que llevaron a la humanidad a su destrucción.
Maya, según
sus fundadores y directores: la Doctora Richa Rajput (ese apellido tampoco me
parece coincidencia) y Ford (este es más obvio), es el lugar de experimentación
en donde juegan a ser dioses e intentan eliminar las sombras y a las personas
que abrazan esos comportamientos que contaminan la convivencia. Se trata, entre
otros mecanismos, de prescindir del cuerpo para evitar los prejuicios, los
discursos de odio o la asimetría del poder, en donde “todos pueden”.
El autor da
cuenta de que el mundo real está en caos —postguerras, pandemias, el desplome
del mercado— y presenta calles desoladas, solo transitadas por los Realistas o
invisibles (personas que se rehúsan conectarse a Maya). La carga de violencia generada
no es explícita; de hecho es tan lograda y sutil que por momentos me recordó la
‘Fundación’ de Asimov; no en la historia, sino en la manera en que abordó la
anarquía precedente al fin de todo.
Sofía es un
personaje muy interesante, sobre todo porque sufre de omnipresencia cognitiva.
Ella cree no saber nada, cuando en realidad lo sabe todo. De hecho, Alberto se
siente como la herramienta que la llevará a la iluminación; para eso la
contiene y de forma indirecta, cree abrirle los ojos. Aunque finalmente es ella
quien lo zamarrea y le grita: ¡Date cuenta! Me encanta.
Las ideas y
reflexiones presentadas en esta novela son numerosas, muchas relacionadas con
la religión, la física y la tecnología. Es ficción, sí; pero se siente como un
puente entre la espiritualidad (o virtualidad) y la ciencia: esas corrientes de
la vida que se encargan de explicar los mismos milagros en diferentes lenguajes
y códigos.
‘El final
del Metaverso’ de Julio Rojas. Una novela que les recomiendo mucho. Es hermosa.
Angustia, sí; pero sus páginas son una virtualidad donde podemos experimentarla
con placer.